Leyendas de Arica y Parinacota: El Criollo de la Quena Mágica

16 Septiembre 2018

Leyenda colonial, vinculada a los condenados en Arica, por la Santa Inquisición.

Hermann Mondaca... >
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El primero de enero del 1737 los habitantes del puerto de Arica, a pesar de las fiestas de Año Nuevo, se encontraban inquietos e intranquilos como si estuvieran en presencia de una desgracia. La Iglesia Mayor no tenía espacio para recibir a tantos fieles que habían acudido a orar o a cobijarse en ella. ¿Cuál era el motivo de tal desasosiego?

Al amanecer había anclado el barco "San Roque", proveniente del Callao. El maestre del barco exigió a los oficiales reales de Arica que, cuanto antes, se desembarcara al grupo de condenados de la Santa Inquisición de Lima. En el grupo de 4 condenados venía una dama de nombre María Fernández, apodada en Lima como "la pulga chilena" (1).

El barco había dejado un cargamento de condenados por la Santa Inquisición. Para la gente que colmaba la iglesia el barco portaba gente hereje y peligrosa. Ahí radicaba la intranquilidad de la población ariqueña.

En ese tiempo, a la llegada de los barcos, todo el tráfico se hacía por el desembarcadero de la Calle del Fuerte (actual calle 18 de Septiembre), por ser el más apropiado; por ahí debía pasar también el cargamento de las personas condenadas por la Santa Inquisición.

En esta calle, en una casa de buena apariencia exterior, que permanecía cerrada desde hacía algunos años, vivía doña Nicomedes Cárcamo y su hijo el criollito, conocido en ese entonces como "el criollo de la quena", o simplemente por "el quena", porque nunca se desprendía de este instrumento parecido a una flauta y muy popular en la región de Arica y Parinacota, hecha de caña, que él apreciaba mucho y la denominaba "su quena mágica".

Si bien todos sabían que en esa casa vivía doña Nicomedes, casi nadie la conocía. Las comadres más ancianas -que decían conocerla-, aseguraban que en su juventud había sido la moza, más guapa y hermosa del puerto, pero que, desde que su marido había sido ahorcado, acusado de haber dado muerte a un español, doña Nicomedes no había salido nunca más de su casa, ni de día, ni de noche.

Las lenguas bifurcadas de las comadres del puerto, comentaban y aseveraban que toda la noche la pasaba conversando con el fantasma de su marido, hasta que sonaba la última campanada de las 12 de la noche.

Su hijo "el quena", tampoco se libraba de la maledicencia de sus venenosas lenguas, a pesar que su ocupación era humilde y sencilla, dedicado al pastoreo en los pastizales de la chimba cercana al puerto, donde llevaba las recuas de mulas y asnos que llegaban de Potosí y otras minas del Corregimiento de Arica. Las autoridades ariqueñas, sin embargo, le tenían estima y lo utilizaban cuando querían dar con el paradero de algún indígena originario.

Cuando los condenados por la Inquisición pasaron atados y en un sombrío desfile por la Calle del Fuerte, la muchedumbre que los seguía, al pasar frente a la casa de doña Nicomedes lanzó insultos y gritos destemplados contra ella, incluso algunas personas más exaltados lanzaron en el frontis de su casa, piedras y grandes terrones de adobe.

Después del paso de los condenados por la Inquisición en la Calle del Fuerte la muchedumbre se agolpó frente a la casa de doña Nicomedes, maldiciendo, insultando y acusando a su moradora de tener pacto con el diablo. Un buen rato se quedaron gritando frente a su casa.

Pareciera que todo aquello fue motivo suficiente, para que unos días después doña Nicomedes fuera notificada, por la autoridad eclesiástica de Arica, para que emprendiera viaje a Lima, a presentarse al Santo Oficio de la Inquisición y dar cuenta, de la vida misteriosa que llevaba y de los cargos de brujería que se le hacían.

Aunque los oficiales reales intervinieron, para que dejaran en paz a esa pobre mujer que no molestaba a nadie ni se metía con nadie, no hubo caso ni nada valió a sus defensores, ella tendría que viajar obligadamente a Lima para someterse al Tribunal Inquisidor. Cuando su hijo se enteró de las medidas arbitrarias, se las ingenió para conseguir que su madre pudiera irse a Lima montada en su mula, por ser ésta mansa y ahorrar así el flete que tenían que pagar por una nueva.

El criollito, hijo de doña Nicomedes, en sus ratos de ocio y en la soledad, cuando pastoreaba los animales de los trajineros, se entretenía enseñando a su mula que lo obedeciera al son de su quena. Fue así como él la hacía trotar, galopar, correr desaforadamente, encabritarse o calmarse con sólo cambiar de tono la música de su quena, habilidades y destrezas que sólo él conocía.

Las notas de su quena eran un verdadero deleite y embrujo musical.

Con una gran pena que atravesaba su corazón, el criollito, debió enfrentar el día que su madre partiría en dirección a Lima para enfrentarse al Santo Oficio. Los guardias españoles la sacaron de su casa sin resistencia alguna, y posteriormente la pusieron bien atada en la montura, -según decían- para evitar que el mal espíritu de su marido la arrebatara y se la llevara antes de llegar a Lima.

La comitiva, compuesta de 2 arrieros y un guardia cuidante pagado por los encargados del Santo Oficio, salió cuando el sol se escondía en las profundidades del Océano Pacífico, aprovechando el viento fresco que llega a esas horas al puerto de Arica. Comenzaba a anochecer cuando llegaron al río Lluta, en su desembocadura en el sector de los humedales que 10.000 años antes habían cobijado a la Cultura Chinchorro, lugar donde se detuvieron para arreglar los aperos y los animales.

Continuaron avanzando hacia el interior del camino llegando a Chacalluta. Ahí realizaron una nueva detención para fijar bien las ataduras que retenían a la señora Nicomedes y los aperos de los animales.

En el silencio de la noche se dejaba sentir a lo lejos, la quejumbrosa melodía de una quena, lo que no era raro en ese entonces ya que todos los pastores la usaban.

Cuando se encontraban listos los animales y la señora Nicomedes, bien liada, los guardias españoles y la caravana fueron sorprendidos por el ruido seco similar al que hacen 2 piedras grandes al chocar o golpearlas, ruido o golpe que se repitió por 12 veces.

- "Francisco, parece que han sido 12 golpes... ¿Serán las 12 de la noche?", dijo uno de los guardias españoles, con un tono amedrentado.

- "No creo. A no ser que sean las ánimas las que estén encargadas en tocar las horas en esta soledad", le respondió Francisco en tono jocoso.

Sin embargo, cuando aún no acababa de terminar la última frase, los sonidos musicales de la quena y sus notas se escucharon mucho más fuertes. La quena comenzó a escucharse llena de variaciones musicales que fueron convirtiéndose poco a poco, en una melodía inicialmente cautivante, en un embrujo musical que comenzó a variar para desembocar en una danza con sonidos infernales.

Los animales comenzaron a inquietarse, la mula en que cabalgaba doña Nicomedes, comenzó a golpear fuertemente sus cascos en el suelo polvoriento del desierto. Al rato después, la mula se encabritó y fue tanto el alboroto que metió entre los demás animales que, éstos espantados salieron corriendo desbocados y velozmente, separándose a pesar del esfuerzo que hacían los trajineros y los guardias mandados por la autoridad eclesiástica de Arica para sujetarlos. Pronto se perdieron las siluetas de los animales en la oscuridad de la noche y se fue desvaneciendo el ruido que hacían los cascos de los mulares al golpear el pedregoso suelo del camino.

El asombro de los arrieros y de los guardias encargados de llevar a Lima ante el Santo Oficio o Tribunal Inquisidor a doña Nicomedes, fue más grande aún, que después de lograr reunirse con los animales no encontraron, ni rastros del mular de doña Nicomedes, ni de ella.

Nada hemos podido encontrar en los archivos sobre la cuenta que dio la guardia española, a los encargados del Santo Oficio, sobre el desaparecimiento de doña Nicomedes. Pasaron los años, la casa en que ella vivía fue demolida, y sólo quedó el recuerdo de lo acontecido.

¿Se habrán ido de la región doña Nicomedes y su hijo?

¿Se habrán encontrado doña Nicomedes y María Fernández “la Pulga Chilena”, en las hondonadas y matorrales del Valle de Azapa?

¿La quena que algunos aseveran haber escuchado en el costado sur del Morro de Arica, será la del criollito, y las risas serán la risa de María Fernández y de doña Nicomedes, que surgen de la Cueva del Diablo?

Todo aquello es posible.

Lo cierto es que del paradero de doña Nicomedes Cárcamo y de su hijo el criollito de la quena mágica, nunca más se supo…

Referencia: Mondaca Raiteri, Hermann; “Viaje al Corazón del Tiempo. La riqueza legendaria”, Libro 3, de la Colección Literaria “Arica y Parinacota, Tierra Milenaria en el Corazón de América”.

(1) Esta leyenda, ahora como relato de crónica colonial la puede leer en el Libro Cinco “Ecos y Susurros Coloniales”, con el título “Brujas en Arica o la siniestra mano de la Inquisición”, en la cual se relata la historia de María Fernández,  denominada por el Santo Oficio como “la pulga chilena”, que condenada en Lima por Tribunal Inquisidor, llegó a Arica. Y que diera origen a la vez a la leyenda de la “Cueva del Diablo”, que se encuentra a los pies del Morro de Arica, a un costado de la “Cueva del Inca”, donde hasta el día de hoy, se asevera que en la oscuridad previa al amanecer se escuchan voces e incluso el sonido de una quena melodiosa.

Imagen de referencia: Flickr CC Mario Felipe Espinoza González

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